¿Para qué sirve el ego?



¿Qué es el ego?

El ego es un mecanismo mental para preservar nuestra autoestima, manteniéndonos optimistas y dinámicos, aunque sea a costa de engañarnos a nosotros mismos acerca de nuestras verdaderas competencias. Por ello, es tremendamente útil como mecanismo de defensa ante la adversidad. Nadie triunfa ni destaca en la sociedad actual sin usar el ego para conseguirlo. Es, en consecuencia, el motor mental del éxito, por lo que tiende a estimularse en muchos ámbitos de enseñanza. Políticos, empresarios o deportistas de élite suelen tener un ego muy potenciado, pues si no fuera así, no serían personas destacadas para el resto de la gente. Sin embargo, el uso continuado o excesivo del ego puede sobre-activarlo, provocando que interfiera en nuestro desarrollo personal de muchas maneras.

Efectos adversos del ego

El primero es impidiendo el aprendizaje: al hacer que nos creamos lo suficientemente competentes e inteligentes, no encontramos necesidad ni motivación para seguir aprendiendo, por lo que limitamos la adquisición de conocimientos y aptitudes. Nos estancamos en lo que ya somos, pensando que no es preciso ser algo más, saber algo más, o perfeccionar alguna destreza. Nos hace pensar, por ejemplo, que estamos de vuelta de todo, que ya hemos estudiado todo lo que deberíamos haber estudiado, o que ya hemos alcanzado, como individuos, el nivel más elevado de nuestro carácter. En definitiva, el ego tiende a anquilosarnos intelectualmente.

El segundo efecto es que nos hacer caer en el denominado “error fundamental de atribución”, según el cual, el éxito obtenido es por nuestros propios méritos, y el fracaso se debe a factores externos y ajenos a nosotros que no podemos controlar. De esta forma, limitamos hacer un análisis crítico de nuestra conducta, de los conflictos interpersonales o de la falta de logros. Cada vez que fallamos en algo, nuestro ego, gran preservador de la autoestima nos dice “tranquilo, no podías hacer nada al respecto, no es culpa tuya”. De esta manera nos sentimos mucho mejor con nosotros mismos, pero tampoco podemos hacer los ajustes personales necesarios para conseguir nuestras metas.

El tercer efecto es social y tiene que ver con la imagen que mostramos, y que tiende a provocar recelo y desconfianza. El ego basa parte de su fuerza en escenificar una actitud destacada, en la que ha de ser evidente en lo externo aquello en lo que nos creemos mejores en lo interno. Y esta actitud  solicita cambios corporales y gestuales que suponen tensiones musculares: sacar el pecho y abrir los brazos para mostrar fuerza, levantar la cabeza y estirarse para mostrar elegancia, o encorvar la espalda y cerrar los brazos para mostrar disposición y bondad. Todos estos signos son muy llamativos para los demás, y configuran lo que coloquialmente llamamos una “actitud falsa” que provoca aversión y perjudica la sociabilidad.

El cuarto aspecto tiene que ver con la energía física y mental que nos requiere este proceso de mantenimiento y escenificación de nuestra imagen prominente. Se crean así tensiones de baja intensidad, pero mantenidas en el tiempo, lo cual deriva en contracturas musculares, dolores e incapacidad funcional. Esta sería la parte más psicosomática del ego. De hecho, una forma de saber si tenemos un ego sobre-activado, y que nos esté provocando más perjuicio que beneficio, es la sensación de cansancio que podamos tener, aun no habiendo nada excepcional que lo justifique. Nos sentimos cansados, inquietos o apesadumbrados, pero no sabemos explicar el por qué. El esfuerzo que el ego requiere para mantenerse continuamente alerta ante las posibles amenazas a nuestra autoestima es tan intenso, que nos agota anímicamente y nos hace sentir, en muchas situaciones, que no somos fieles a nosotros mismos y que, en realidad, nos estamos engañando acerca de lo que somos, y que es muy diferente de lo que escenificamos.

Otro aspecto negativo del ego es que nos impide pedir ayuda cuando la necesitamos o cuando sentimos que sentimos que no tenemos los recursos para afrontar alguna demanda. La sensación de autosuficiencia que fomenta el ego nos imbuye de un orgullo en el cual pensamos que pedir ayuda nos coloca en una posición de inferioridad con respecto a los demás, y el ego no suele soportar esa situación. Por eso usa la compleja emoción del orgullo para evitarlo.

¿Por qué tenemos ego?

El ego es útil y adaptativo, socialmente hablando,  lo que nos indica que es fruto de la evolución conductual de nuestra especie. Es decir, tenemos ego porque se ha desarrollado en paralelo al desarrollo de nuestro cerebro y de nuestras capacidades intelectuales. De manejo fácil y espontáneo, su uso no requiere tener una conciencia concreta del mismo. Se activa involuntariamente cuando nos venimos abajo, para seguir manteniendo la confianza en nosotros mismos y, en definitiva, nuestra supervivencia. Pero es un mecanismo mental que conviene saber gestionar e, incluso, desconectar de vez en cuando, pues su uso continuo tiende a invadir todos los aspectos psicológicos del ser: tomas de decisiones importantes, estados emocionales, relaciones afectivas, e incluso las conductas relacionadas con nuestra salud. El sentimiento de invulnerabilidad que tienen  algunas personas, y que les hace afirmar cosas como: “yo nunca enfermo, a mí nunca me limitan los dolores, o yo jamás tendré un accidente”, es fruto del ego, y nos hace pecar de exceso de confianza, perdiendo la atención y el cuidado del nuestro organismo.

En conclusión, el ego es muy práctico si sabemos manejarlo, y contraproducente si no somos conscientes de cómo opera. Por ejemplo, cada vez que renunciamos a dirigirle a alguien la palabra o negarle el saludo, actuamos desde el ego, que nos dicta que es alguien inferior a nosotros y que no se merece tal saludo. Pero si analizamos que nos induce a ese rechazo, y valoramos objetivamente la situación, podremos concluir qué aspectos hay en esa persona que nos provocan aversión, e incluso podremos descubrir si realmente somos nosotros los que nos sentimos inferiores a él, y es el ego el que no nos permite alimentar esa inferioridad para preservar la autoestima. Descubrir estos mecanismos que operan en segundo plano, permite tomar consciencia del juego del ego desde la objetividad y la madurez, aprendiendo algo de la situación, aunque después, inevitablemente, dejemos de hablarnos con esa persona.

Hay expresiones que nos permiten vislumbrar la sobreactivación del ego. Por ejemplo las frases que empiezan con las palabras “yo ya…”: “yo ya he pasado por eso y no tengo necesidad de volver a experimentarlo”, “yo ya he estudiado lo que tenía que estudiar”, “yo ya he sido deportista y no tengo porque seguir haciendo ejercicio”. Los “yo-yas” son expresiones en las que presuponemos que ya hemos alcanzado la cota más elevada con respecto a algo, y nos hacen renunciar a continuar con ello. Es decir, tienden a limitarnos como individuos.

Hay numerosos tipos de ego

Aunque el ego vanidoso es el más llamativo y el que mejor ejemplifica la manifestación “egoica”, hay muchos tipos de ego: el ego sentimental, según el cual “nadie siente lo que uno siente, ni con tanta intensidad”, y que es muy típico de artistas, cantantes o actores; el ego crítico, que te hace creer que nadie posee tu capacidad de análisis ni tu visión exclusiva de la realidad, y es el que nos hace menospreciar a políticos, pensadores o entrenadores deportivos, e incluso hacernos creer que somos mejores que ellos en su campo; o el ego bondadoso, que nos hace creernos poseedores de una mayor conciencia social o una mayor actitud de ayuda, lo que nos otorga una espiritualidad más elevada que el resto. Por supuesto, hay muchos más tipos de ego, pues hay muchas actitudes que nos ayudan a creernos mejores que los demás en algo, y a ese "algo" nos aferramos para no venirnos abajo y sentir que en "eso", al menos, somos especiales, aunque "eso" sea algo tan retorcido como que “nadie fracasa como nosotros”.

Comentarios

  1. Interesante el artículo, me ha dado una nueva perspectiva acerca de complejo y ambiguo concepto del ego.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario