El laberinto de las creencias

Una vez que establecemos un sistema de creencias, es muy difícil cambiarlo. La información que poseemos, sea buena o mala, práctica o inútil, lógica o irracional, nos ha costado mucho adquirirla. Y ese esfuerzo hace que nos resulte incómodo renunciar a lo obtenido. Por eso realizamos sesgos para preservar nuestra estructura ideológica.

Un sesgo cognitivo es una manera errónea de manejar la información, pero que resulta práctica, pues reduce el procesamiento mental y el esfuerzo psicológico. Esto nos puede llevar a sacar una conclusión inexacta, una interpretación irracional o a pensar de forma distorsionada.

Hay varios tipos de sesgos cognitivos, y pueden seguir una secuencia circular, retro-alimentándose unos a otros, siempre y cuando no pongamos una "aduana" de análisis crítico y objetivo en nuestro psiquismo. Esta es la pauta que suelen seguir:

1. Sesgo de confirmación: Buscamos, asimilamos y atendemos sólo esa información que corrobore nuestras creencias previas. De esta forma nos reiteramos en nuestros pensamientos, nuestras opiniones y nuestra interpretación de la realidad. Este sesgo afecta a la percepción, que sólo tiende a fijarse en aquello que sea afín a la propia ideología.

Una posible consecuencia de este sesgo es presuponer que nuestra forma de pensar es la correcta, pues todo corrobora nuestros argumentos. Por eso, cuando algo nos sale mal, tendemos a pensar que es por causas ajenas a nosotros, que creemos actuar con lógica. Esto nos lleva al siguiente sesgo, llamado...

2. Sesgo de autoservicio: Consideramos que somos los artífices de nuestro éxito, pero el fracaso lo atribuimos a factores externos. El objetivo de este sesgo es preservar nuestra autoestima, pues si nos consideráramos siempre los responsables de lo que sale mal, tendríamos una imagen muy pobre de nosotros mismos. Pero, ¿qué sucede cuando hemos de valorar el éxito o fracaso de los demás? Pues que tendemos con facilidad a crear el...

3. Error fundamental de atribución: Es la tendencia a presuponer que la conducta de los demás se debe a factores internos (su personalidad, su carácter, o motivos personales) y no a factores externos (el entorno, el rol adquirido o la presión social). Este sesgo nos impide ser empáticos con los demás, pues no analizamos las situaciones que les han podido llevar a obrar de una manera concreta. Al no hacer este análisis, toda conducta considerada como negativa, la presuponemos como fruto de una personalidad negativa, no de un ambiente que les ha forzado a tal comportamiento.

Podemos seguir desgranando sesgos que mantienen nuestros pensamientos en un laberinto mental. De esta forma, si nos sentimos perdidos en ese laberinto, podemos recurrir a otro tipo de sesgo muy práctico denominado...

4. Pensamiento desiderativo: Consiste en generar una creencia en función de aquello que nos gusta imaginar o que deseamos, y no de aquello que obedece a las evidencias, a la lógica o a la realidad objetiva. De esta manera es fácil atribuir, por ejemplo, efectos terapéuticos a un cristal, un amuleto o un sonido, pues resulta más sugerente y fácil ese pensamiento mágico, que tratar de estudiar y comprender los factores subyacentes a una dolencia o enfermedad.

5. Sesgo de disponibilidad: Muy relacionado con el anterior, tendemos a considerar como más valiosa y cierta la información de la que disponemos en un determinado momento. Esto nos hace obviar datos que pueden ser relevantes para, por ejemplo, tomar una decisión importante.

Una vez alcanzado este estadio cognitivo, es fácil regresar al sesgo de confirmación, y mantener nuestras creencias a salvo del cuestionamiento. Volvemos a buscar información que corrobore lo que pensamos. Algo que es muy fácil hacer en una época en la que la sobre-información es habitual, y todo parece tener un fundamento científico.

Como vemos, todos estos recursos intelectuales buscan la facilidad deductiva y sacar conclusiones rápidas y determinantes de forma inmediata. Reflexionar sobre asuntos complejos, como la salud, resulta costoso. Sin embargo, es la manera en que mantenemos activo nuestro cerebro, en que mejoramos nuestro discernimiento, y en que tendemos a usar una mayor capacidad mental. En cierta forma, ese esfuerzo cognitivo es el mecanismo por el cual nos hacemos más inteligentes...


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