El bucle del malestar



El malestar es un proceso provocado por múltiples factores, de los cuales vamos a tratar aquí algunos de los más relevantes. No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Por eso, vamos a conceptualizarlos de forma esquemática, para ver las posibles relaciones entre ellos y tratar de entender por qué surge el malestar, y cómo tendemos a mantenerlo indefinidamente.

El fracaso y la desmotivación

Cuando fracasamos o las expectativas que teníamos puestas en algo no se cumplen, es fácil caer en la desmotivación. Especialmente si hemos dedicado mucho esfuerzo y tiempo a su consecución. La frustración que produce no alcanzar nuestros objetivos nos lleva a esa amarga sensación, iniciando un desagradable proceso cíclico de malestar.

La desmotivación afecta, sobre todo, a nuestra energía, entendida como la capacidad de desempeñar tareas de forma fácil, eficaz y fluida, sin que esto suponga un desgaste excesivo. Condiciona nuestro ánimo, y puede provocar pasividad, desasosiego y falta de ilusión por la vida. Por eso, constituye el primer gran factor de malestar.

Esta desmotivación puede ser momentánea o mantenerse en el tiempo, según la interpretación que hacemos del fracaso. A menudo, atenuamos esa desmotivación presuponiendo que hay factores externos, ajenos a nosotros, que son los causantes de la falta de éxito en nuestras empresas. De esta forma, ya no nos sentimos tan mal, e incluso podemos seguir con nuestra vida manteniendo una mínima comodidad interior.

Pero es normal también que busquemos las causas del fracaso en nuestra competencia o nuestras aptitudes. En este caso, nuestra autoestima sufrirá un cierto descenso momentáneo que puede ir a más, si la opinión que tenemos de nosotros mismos es bastante negativa. Pero también, se nos brinda la opción de mejorar nuestras habilidades, trabajando aquello que consideremos que nos falta para lograr el éxito la próxima vez. Esto no solo amortigua la desmotivación, sino que nos permite evolucionar como personas.

Si, por el contrario, entendemos el fracaso como algo provocado por nuestra falta de aptitudes, pero no decidimos hacer nada para mejorarlas sino crear un discurso interno acerca de lo incapaces que somos, entraremos en el segundo factor de malestar: la desvalorización.

La soledad y la desvalorización

La desvalorización puede ser fruto de la falta de confianza en nuestras capacidades (sobre todo tras un fracaso) y también puede estar originada por un aislamiento social. En la soledad, es donde nos enfrentamos a nosotros mismos, a nuestros deseos, a nuestros pensamientos reiterados, y a nuestra inquietud interna. Y si esa soledad no ha sido elegida por nosotros mismos, es fácil considerar que los demás no nos aceptan como somos, que no tenemos un valor para los otros y, por tanto, nos sentimos desvalorizados.

La devaluación de nosotros mismos es el segundo gran factor de malestar, y afecta principalmente a nuestros procesos mentales. Condiciona la forma de pensar, de procesar la información que nos llega, y de percibir los estímulos. Al sentirnos desvalorizados, tendemos a fijarnos más en aquello que corrobore nuestra falta de valor, reiterando esa creencia indefinidamente.

Pero la soledad es también la situación donde afrontamos nuestras incongruencias, nuestra hipocresía y el desajuste que pueda haber entre nuestra forma de pensar y nuestra forma de actuar. Esto nos posibilita hacer ajustes internos que nos permitan mejorar la manera de asimilar conocimientos, de aprender cosas nuevas y, en definitiva, de mejorar como individuos.

Sin embargo, tendemos a eludir la soledad, atendiendo a estímulos que distraigan a la mente de sus procesos internos. Usamos la cultura, el ocio o la tecnología para mantener al cerebro ocupado, y así permitimos que nuestras creencias internas se mantengan en el tiempo. Y cuando esto sucede, Cada vez nos alejamos más de nosotros mismos. 

Al desvalorizarnos y devaluar el concepto que tenemos de nosotros mismos, nos volvemos más sensibles a todo aquello que ratifique tal sensación interna. De esta forma vamos creando el tercer gran factor de malestar: la alta sensibilidad emocional.

La pérdida y la alta sensibilidad emocional

Cuando sufrimos un pérdida, bien por fallecimiento de un ser querido o bien por la separación con alguien al que estamos vinculados afectivamente, experimentamos unas emociones más intensas. Nos volvemos más sensibles, y nos afectan mucho más situaciones que antes no nos afectaban. Las emociones asociadas a la pérdida pueden ser variadas, y experimentarse de formas diferentes según la persona.
En la pérdida tendemos a experimentar un alta sensibilidad, en la que cada emoción puede manifestarse de forma desbordante para el ánimo: la tristeza puede conducirnos al amargo pozo de la depresión, el enfado puede activarnos hasta el punto de perder el control de nuestra conducta, y el miedo puede paralizarnos hasta sentirnos indefensos frente al mundo.

Si además experimentamos la pérdida como un abandono, por ejemplo por una ruptura sentimental, nuestra autoestima puede verse de nuevo dañada, y hacer que reiteremos la desvalorización previa. Nos convertimos en personas cuya sensibilidad se agudiza tanto, que cualquier estímulo disruptivo, como que se nos rompa un vaso o que nos levanten la voz, puede ser suficiente para que nos desmoronemos anímicamente.

Pero la alta sensibilidad puede ser una poderosa herramienta para adquirir información relevante. Al ser más conscientes de nuestros sentimientos, también percibimos con más facilidad los sentimientos y emociones de los demás. Esto nos permite empatizar con ellos, establecer relaciones más intimas y profundas, y nos induce a ser más sinceros en cuanto a qué sentimos interiormente.
Expresar lo que sentimos es algo que ha demostrado ser eficaz para una adecuada gestión emocional. Pero también puede hacer que entremos en un estado de vulnerabilidad que nos conduzca al tercer gran factor de malestar: la fragilidad.

La enfermedad y la fragilidad

Cuando nuestro cuerpo padece alguna enfermedad o sufre dolores, cambia la percepción que tenemos del mismo, y lo sentimos como más frágil. Nos enfrentamos a una realidad en la que nos hacemos conscientes de que no somos invulnerables, y que no controlamos algunos aspectos de nuestra salud. El cuerpo físico muestra lo endeble que puede llegar a ser en algunos momentos, y esto tiende a generar malestar e incertidumbre.

Las dolencias físicas o limitaciones funcionales, del tipo que sean, nos muestran también nuestra fragilidad, y ésta puede ser experimentada de manera muy angustiosa. Esto se magnifica significativamente cuando perdemos la confianza en la capacidad de nuestro organismo de mejorarse a sí mismo o de reinstaurar el equilibrio perdido. Generamos una inquietud y un estrés que, a su vez, tiende a afectar a nuestro sistema inmunológico y limita la posible auto-curación.

Pero en la fragilidad emocional y física, se crean las condiciones óptimas para analizar donde somos más débiles, qué nos convendría potenciar, y que técnicas o medios son más eficaces para lograrlo. Es decir, es la oportunidad de ayudar al cuerpo a que mejore su salud y sus condición física.

Esta fragilidad de la que habalmos es especialmente intensa cuando se ha vivido una enfermedad o un proceso recuperatorio prolongado, sobre todo si ha habido intervenciones quirúrgicas en el mismo. El sufrimiento y la incapacidad funcional que se han padecido pueden hacernos perder la esperanza, y conducirnos nuevamente al primer factor de malestar: la desmotivación.

Resumiendo



La desmotivación:
  • ¿Qué la provoca? El fracaso y la fragilidad.
  • ¿Qué efecto tiene? Falta de ánimo, ilusión y vitalidad.
  • ¿A qué puede conducir? A la desvalorización.
  • ¿Qué nos enseña? A hacer un análisis introspectivo de nuestras carencias y capacidades de cara a mejorar nuestras aptitudes y competencias.

La desvalorización:

  • ¿Qué la provoca? La soledad y el fracaso.
  • ¿Qué efecto tiene? Falta de autoestima, un auto-concepto pobre, pensamientos negativos.
  • ¿A qué puede conducir? A la alta sensibilidad emocional.
  • ¿Qué nos enseña? A analizar nuestros procesos mentales internos y nuestra creencias; a conocernos a nosotros mismos.

La alta sensibilidad:

  • ¿Qué la provoca? La desvalorización y la pérdida.
  • ¿Qué efecto tiene? Emociones intensas y duraderas, falta de control anímico.
  • ¿A qué puede conducir? A la sensación de fragilidad y vulnerabilidad.
  • ¿Qué nos enseña? A acceder a información personal y social relevante para mejorar nuestras relaciones interpersonales y expresar nuestros sentimientos; nos hace más intuitivos.

La fragilidad:

  • ¿Qué la provoca? La enfermedad, las dolencias y la alta sensibilidad.
  • ¿Qué efecto tiene? Falta de confianza en nuestro organismo, debilidad, creencias enfermizas.
  • ¿A qué puede conducir? A la desmotivación.
  • ¿Qué nos enseña? A conocer nuestro puntos débiles a nivel físico, y a buscar técnicas para mejorar y preservar nuestra salud; aporta una conexión más directa con nuestro organismo.

¿Cómo romper este angustioso bucle?

Como hemos visto, la consecuencia de cada sensación en los diversos planos puede evolucionar hacia el siguiente. De esta forma la desvalorización, la alta sensibilidad, la fragilidad y la desmotivación pueden experimentarse consecutivamente. Si además vivimos la situación que potencia a cada una de ellas, su fuerza tenderá a contagiar a las demás, prologando este ciclo en el tiempo.

Al ser capaces de reconocer donde se inicia el proceso, podemos amortiguarlo con la mera conciencia de su génesis. Es decir, saber que el fracaso nos va a hacer entrar en una fase de desmotivación, que la soledad puede hacer que nos minusvaloremos, que la pérdida tenderá a aumentar nuestra sensibilidad o que la enfermedad nos hará sentir más frágiles, puede ser suficiente para apreciar la temporalidad de estas sensaciones. De igual manera que los eventos que han provocado tales sensaciones son efímeros, por lógica también han de serlo los efectos que provocan.

Cuando se experimenta esto con Consciencia, y se prevé la consecuencia de la situación que se vive, es más difícil vivirla con dramatismo. Y también es más difícil que desencadene el proceso descrito. Si además, sabemos ver qué enseñanza tiene cada situación de las descritas, haremos de ellas un lección en el largo e interminable proceso de Desarrollo Individual, y de Construcción de nuestro Propio Carácter.



Comentarios