Nerviosismo



Imagina que un amigo te invita al teatro pero no te dice que obra vais a ver, ni quiénes serán los actores. Ni siquiera sabes si será realmente una representación teatral, un musical o algún tipo de conferencia. Sólo sabes el lugar en el que tendrá lugar. Hasta el mismo momento en que se abre el telón, tu actitud es de una emocionada intriga, de curiosidad e, incluso, de cierta impaciencia por saber que depara la velada. No esperas que aparezcan unos soldados con fusiles dispuestos a disparar al público, o unos leones hambrientos que se abalancen sobre las butacas (si es así, deberías visitar urgentemente a un psicólogo).

Ahora imagina que ese mismo amigo te acompaña a un sótano frío y oscuro, descendiendo contigo por unas escaleras desgastadas y cuya madera cruje en cada paso. Es muy probable que, aún confiando en la persona que te guía, tus sensaciones giren en torno a la inquietud o el desasosiego e, incluso, el miedo. Esto se debe que nos resulta fácil asociar ese lugar húmedo y siniestro a una mazmorra o a una prisión. Cómo concebimos en nuestra cabeza el espacio físico y social en el que nos movemos, determina que expectativas tendremos sobre este. ¿Cómo visualizas tú del mundo, como un teatro o como un sótano?

Lo podemos llamar de muchas maneras: nerviosismo, agitación, inquietud, desasosiego, etc., pero todas estas sensaciones internas se pueden agrupar como los síntomas leves del amplio espectro de los trastornos de ansiedad, que incluyen tipologías diversas como las fobias, la ansiedad social, la agorafobia o los ataque de pánico.

Cuando nos sentimos nerviosos no tiene porque haber una razón directa de ello. Hay veces que sí podemos identificar la causa. Por ejemplo, hablar en público, cambiar de residencia o acudir a una entrevista de trabajo son situaciones que pueden generar ansiedad. El nerviosismo puede conceptualizarse como una leve ansiedad, perfectamente normal, y que nos mantiene más atentos a los cambios que se están produciendo. Es, por tanto, un mecanismo cerebral de adaptación a esas nuevas situaciones, que requieren una conciencia más afinada.

Pero, ¿Cuándo el nerviosismo para a convertirse en ansiedad? En este artículo vamos a desgranar algunas de las causas que provocan ese tránsito de la agitación, algo perfectamente normal y que todo el mundo experimenta en algunos momentos, a la ansiedad, ese trastorno que condiciona la vida y que genera síntomas tan angustiantes como falta de respiración, taquicardia, sudoración, insomnio o tendencia a comer compulsivamente. Además, añadiremos, tras cada posible causa, una posible alternativa cognitiva que nos permita evitar llegar a ese estado.

1. Dar fuerza al nerviosismo etiquetándolo como algo negativo.

En el momento que nos sentimos nerviosos tendemos a creer que “algo marcha mal”, que algo sucede en nuestro interior y que “no puede ser nada bueno”, ya que si lo fuera no nos sentiríamos a sí. De esta manera, podemos iniciar un bucle de preocupaciones incesante en el que nos resulta más sencillo preconcebir consecuencias negativas, que presuponer efectos positivos. Por ejemplo, un pulso acelerado puede interpretarse como una taquicardia provocada por un problema del corazón.

Cambio cognitivo: Independientemente de que haya causas externas directas a esa agitación interna, es útil considerar que nuestro sistema nervioso se activa más de lo normal porque entiende que, debido a la información recibida, ha de aumentar su intensidad de funcionamiento. Y que conservemos esta capacidad es, precisamente, algo sano y eficaz desde un punto de vista adaptativo.

2. Buscar las amenazas que provocan el nerviosismo.

Solemos pensar, y con razón, que el nerviosismo se debe a algo. En caso contrario, no tendría porque aparecer. Pero no siempre encontramos esa causa externa, lo que hace que iniciemos una búsqueda desesperada por achacárselo a algo a alguien para reducir la incertidumbre. Desconocer las causas es otro motivo más de inquietud, que se suma a la agitación generada previamente. De esta manera le damos mayor fuerza al nerviosismo, pudiendo dirigirlo a una auténtica situación de ansiedad.

Cambio cognitivo: Es conveniente entender que los mecanismos cerebrales que provocan la situación de inquietud no siempre son inmediatos. La mente va procesando información de forma continua, y en un momento dado e inesperado llega a la conclusión de que hay que "sobre-activar" los sistemas para hacer frente a algo, pero a menudo esto no sucede de manera inmediata. Por eso, muchas veces podemos ponernos nerviosos justo después de haber pasado un evento estresante, como un accidente con el coche, una conversación comprometida o la realización de un examen, aunque hayamos mantenido la calma durante su desarrollo.

3. Los hábitos que marca la sociedad

Cada vez las dinámicas sociales son más rápidas, espontáneas y efímeras. Y no sólo en el contexto laboral, también en el ocio, el ejercicio físico o la alimentación. Parece que todo tiene que ser inmediato y directo, pero el cerebro del ser humano no es capaz de mantener ese ritmo. Es cierto que estamos preparados para afrontar situaciones intensas, que exigen rapidez y agilidad tanto física como mental, pero sólo de forma ocasional. El resto del tiempo necesitamos rutinas que nos induzcan a la calma y la tranquilidad: perder la vista en el horizonte, tumbarnos y respirar con amplitud, pasear sin un destino fijo, etc. Pero no nos permitimos eso, y la mente, en esa inercia social, no para de elucubrar pensamientos, conclusiones e incertidumbres.

Cambio cognitivo: Todos necesitamos ineludiblemente, crear espacios de calma y relajación para contrarrestar el acelerado ritmo social. Actividades que nos permitan abstraer la mente de nuestros pensamientos habituales, y que nos permitan concentrarnos en algo específico que no deje espacio a interferencias mentales. Puede ser la meditación, por ejemplo, pero a muchos les resulta poco eficaz, pues se enfrentan a un torrente masivo de ideas inconexas. Cada cual ha de encontrar esa actividad en la que es capaz de abstraerse del entorno. Puede ser la pintura, caminar, la natación, tejer o, incluso lanzar piedras en un estanque. Lo relevante no es el que se haga, sino que en ello podamos “olvidarnos de todo”.

4. El miedo al futuro: ¿incertidumbre o curiosidad?

A todos nos inquieta el futuro: ¿mantendré mi trabajo?, ¿tendré buena salud?, ¿seguiré teniendo el apoyo emocional de mis amigos, mis familiares y de mi pareja? Es normal preocuparse por ello, pero el futuro es incierto para todos. Nadie tiene certeza de lo que pasará, y las estimaciones que hagamos sobre lo qué pasará mañana se pueden ver trastocadas de forma radical por un evento atípico como un accidente de tráfico, una pandemia o la muerte repentina de un ser querido. Es normal preocuparse, pero la libertad que demos en nuestro fuero interno a esas preocupaciones, puede hacer que invadan todo nuestro psiquismo.

Cambio cognitivo: Si cambiamos el concepto de “incertidumbre” por el de “curiosidad”, el futuro pasa a ser el telón de un teatro cuya obra desconocemos, pero que nos mantiene en una estimulante intriga por conocer, por sorprendernos y por deleitarnos. No es una cuestión de falso positivismo en el que siempre estemos esperando lo mejor, sino una expectativa más neutra en la que, al no conocer qué pasará, decidimos mantener una actitud no condicionada ante los futuros acontecimientos.

5. El lastre vivencial

Acumulamos experiencias que catalogamos, voluntariamente, como negativas. Eventos desagradables que nos condicionan, y que nos hacen crear una predisposición a percibir como amenazantes situaciones con elementos similares a las ya vividas. Basta que en una conversación aparezca la palabra “abuso”, para que recordemos el abuso que podamos haber sufrido de niños, y que ese evento social resulte incomodo e inquietante. Esto puede provocar que nos marchemos de la situación, y que desarrollemos una ansiedad social con personas que no conocemos. Los lastres vivenciales también los tenemos todos, pero el pasado no es, necesariamente, igual al futuro, a no ser que creemos en el presente un “puente mental” para repetirlo.

Cambio cognitivo: Cada instante, experimentado con conciencia del momento presente, puede ser un cambio y un punto de ruptura con el pasado. Esto no quiere decir que se ignore el pasado o que deje de condicionarnos, simplemente aceptar que el futuro no está predestinado, y que no tiene porqué parecerse a ese pasado desagradable que hayamos podido experimentar. Con esta idea, la mente tiene la libertad de elegir adoptar una actitud de intriga, y no de miedo, ante los acontecimientos que están por llegar.

La metáfora del teatro y el sótano

En la visualización que expusimos al comienzo, pudimos situarnos con la imaginación en dos situaciones de expectativa e incertidumbre ante lo que depara el futuro, y las sensaciones que más probablemente pudieran provocar: la curiosa intriga del teatro o la angustiosa inquietud del sótano. Concebimos el mundo según nuestras expectativas, y es más normal que uno vea los entornos en los que se mueve como “fríos sótanos” si ha vivido experiencias traumáticas, que como “cálidos y elegantes teatros”. Sin embargo, en cada instante podemos cambiar la imagen que tenemos de espacio físico y social en el que nos movemos. Porque, curiosamente, quienes tienen una vida más fácil y acomodada son también los que más problemas de ansiedad generan, exceptuando, por supuesto, a aquellos que han vivido situaciones de guerra, hambre o desastres naturales.

Por eso es esencial que nos preguntemos de vez en cuando: ¿Qué estoy conceptualizando alrededor de mí, un teatro o un sótano?

Comentarios